A vueltas estamos en el terruño patrio con la victoria de Alberto Contador en el Giro de Italia, que es esa cosa que ganaba Induráin en las sobremesas de nuestra adolescencia y que nos recordaba al Tour pero repletito de tipos con nombre de espagueti (Chiapucci, Bugno, Pantani, Di Luca) y sexys mallitas rosas. Muy a la italiana, vamos. Es la primera vez que gana alguien no italiano desde aquellas épicas subidas a La Marmolada a cargo del bueno de Miguelón y ya comienzan a apreciarse muestras de ese cotidiano milagro que se obra periódicamente en las calles de esta nuestra piel de toro: de cada español brota, como si de capullo de seda se tratara, todo un experto en el deporte en cuestión. Compartido con el fútbol –llega la Eurocopa, hermanos- fue el baloncesto, o el balonmano, o incluso el tenis o la fórmula uno –hubo un momento en que España estuvo habitada por 42 millones de ingenieros expertos en neumáticos slick- y ahora le vuelve a tocar el turno al olvidado ciclismo. ¡Bien por Alberto! Por supuesto, todos estamos convencidos de que eso de que no le dejen correr el Tour no tiene otro motivo que el acojone de los gabachos. ¿Qué doping ni qué doping? Mamarrachadas.
Tiene tela el ciclismo, amigos: mientras hay deportes como el golf o el ajedrez, en los que ves al tipo en cuestión adjudicarse la etiqueta de deportista sin despeinarse o sudar lo más mínimo (el golf se juega con pantalones de pinzas, menudo deporte) ahí tienes a los ciclistas. Escurridos y fibrosos, esqueléticos casi, con la piel quemada por el sol y el viento, aprietan los dientes al límite de su resistencia física, machacando cada órgano de su anatomía hasta la extenuación cada tarde durante cinco horas bajo la lluvia, subiendo a una cumbre entre neveros o bajo un sol de justicia. Y con el martirio añadido además de hacerlo en pleno julio, siendo conscientes de la mirada televisiva y evanescente de millones de tipos que en todo el mundo están aprovechando la parsimoniosa cadencia del agónico pedaleo para quedarse amodorradotes en el sofá tras la ensaladilla, el gazpacho y unas chuletitas. Que viene a ser como si Luis XVI hubiera oído a su verdugo desde el cadalso pedir unas aspirinas para el dolor de cabeza antes de accionar el curioso invento del doctor Guillotin. Además de perro, apaleao.
Pero ha sido esta noche viendo la tele cuando me he dado cuenta de que todo son gaitas. Contador no es un héroe, sino una nenaza. Induráin? Bajo ese aspecto de chicarrón vasco, un cagón. Perico Delgado, Eddy Mercxx, Bahamontes… unos afeminados. Incluso ese gringo que superó un cáncer de testículos para volver a subirse en la bici y ganar 7 Tours antes de encamarse con Sheryl Crow es un cantamañanas –singermornings en su lengua natal. Tanto Tourmalet, tanto Angliru, tanta EPO y tanto hematocrito y necesitan dos semanas para hacerse un tour, una vuelta o un giro. Mariconadas.
Julián Sanz nació en Burgos, pero creció en el País Vasco y se ve que le caló pronto ese carácter vascuence para lo épico. Atestigua la sabiduría popular que la mejor (y única) manera de meter cien bilbaínos en un seiscientos es decir (en su presencia) que no caben. Así que cuando a nuestro héroe le regalaron la consabida bici el día de su primera comunión, empezó por darle una vuelta a la manzana y ya quiso correr el Tour de Francia, como todos los niños del mundo. Bueno, como todos no: él debió de ponerse muy burro porque al final lo acabó corriendo. Y cuando digo burro, quiero decir muy, MUY burro porque a él eso de ‘ronda por etapas’ le debió de sonar a bujarrada y se lo hizo del tirón. Sí amiguetes, habéis leído bien: el Tour de Francia en una sóla etapa. Te subes a la bici, lo haces y te bajas. En plan torero y con un par. Sí, suena a segunda parte del chiste de los vascos y el seiscientos, pero en realidad es una especialidad deportiva denominada ultrafondo. Le Tour Ultime es una de las pruebas más conocidas de este por sí desconocido deporte, y consiste en hacer el recorrido del Tour de Francia en bicicleta, sin etapas y en solitario, es decir, sin ir a rueda de nadie. De día, de noche, con lluvia o con sol. Por muy vasco que se sea no hay manera de evitar bajarse de la bici alguna vez, de hecho tras las primeras 36 horas seguidas surge la necesidad de dormir, aunque sólo sea un poquito. Aunque tampoco es que se le pueda llamar dormilón: diez minutos al anochecer y otros diez minutos al alba. En la entrevista televisiva contaba cómo este aspecto es importante y también lo entrena a conciencia: tras cinco horas en la bici vuelve a casa para tumbarse en una esterilla de camping sobre el suelo, y diez minutos más tarde alguien le despierta para inmediatamente volver a subirse a la bici y seguir pedaleando otras cinco horas. Por supuesto, el control mental tiene que ser extremo (algo así como lo que hacemos todos cuando suena el despertador y parece que hace diez minutos que nos acostamos, pero sin el ‘parece’). Después de los primeros días el cuerpo se va resintiendo y pasa a ‘regalarse’ una hora de sueño enterita al día. Y a la bici. Por el camino, su entrenador y su familia le siguen en coche y le van contando cosas, le dan de comer, juegan con él a adivinar bandas sonoras… casi como hacían con nosotros nuestros padres cuando nos llevaban a la playa de pequeñajos. Al fin y al cabo, ¿quién puede negar que este es un viaje muy largo? Reconoce haberse quedado dormido más de una vez mientras pedaleaba, sufriendo la cruel y dolorosa llamada del despertador que es el duro suelo. Cuatro mil kilómetros ascendiendo por los Alpes, Pirineos y el Macizo Central. En el 2006 quedo tercero y lo hizo en 11 días. En el 2007 ganó después de 11 días y 17 horas y consiguió el titulo de campeón del mundo de ciclismo ultrafondo. Había dormido menos de doce horas en total cuando llegó a su meta.
¿Y que hará este mozalbete cuando no está corriendo el Tour de Francia a su bola? Pues se aburre, como todos los chicarrones, y por eso le da por las excursioncillas: hace un tiempo quiso hacer el Camino de Santiago, desde Roncesvalles a Compostela, y a ello se puso. Sí, imagináis bien: lo hizo del tirón. 28 horas y se estaba tomando un pulpo a feira en la Rúa do Franco tras haberle dado un fuerte abrazo al apóstol. Para el pasado 5 de abril tenía previsto volver a hacer la misma ruta, pero esta vez lo quería dejar en 24 horas. Se ve que la primera vez llegó tarde para ver lo del botafumeiro o algo. También tiene pensado conseguir un récord, pero nuevamente al zagal lo del ‘Récord de la Hora’ se le hace pamplina y va a intentar el ‘Récord del Día’, o sea, 24 horas seguidas dale que te pego a la bici en un circuito intentando sobrepasar la barrera de los 870 kilómetros. No se sabe si después se irá a acostar o si se le ocurrirá una nueva salvajada, pero es para echarse a temblar.
Y tan feliz, sanote que está el muchacho. Ahí le dejamos, camino de su próxima hazaña: como se ve que Europa se le va quedando pequeña, el próximo domingo 8 de junio aprovechará que los mortales estamos con las tradicionales tapitas para tomar la salida en la RAAM, ‘Race Across America’. Partiendo de California, junto al océano Pacífico, llegada en Maryland, junto al Atlántico. De costa a costa. Y con un par.
Qué quieren que les diga, yo no sé cómo le irá a él, pero lo que es a mí, escribir esta entrada me ha dejado hecho polvo. Con su permiso me voy al sofalito, con mi cervecita y a escuchar La Hora Frisky, que para eso es miércoles.
¡Aúpa Julián!